Hola a todos/as.
Transcribo este articulo escrito en el periódico el Mundo
de Andreu Escrivà ambientólogo y Doctor en Biodiversidad .
Porque refleja en su totalidad lo que pienso sobre este tema
y argumenta con información y solidez la problemática con total rigor.
Yo vivo en Buñol y durante las dos semanas que dura la quema de la paja del arroz la visibilidad era nula
debido al humo producido por dichas quemas.
ARTICULO:
Como cada año, el humo de la paja de arroz se
eleva y nos intoxica incluso antes de pegarle fuego. Y, como cada año, no hay
en el horizonte ningún síntoma de que la controversia se sofoque y la atmósfera
se aclare definitivamente. ¿Por qué?
Yo era de los que pensaba que la paja «se había quemado
siempre», porque es lo que he visto desde pequeño cuando he atravesado los
arrozales a principios de otoño. Sin embargo, recuerdo una tarde en la cual me
quedé hablando en la universidad con un profesor de edafología, y me hizo
acompañarlo a su despacho. Allí, en su ordenador, conservaba decenas de
fotografías sobre lo que le pasaba, hace tiempo, a la paja del arroz. Y no, no
había llamas o humo por ningún lugar. En las imágenes se veía una recogida
laboriosa del material, camiones cargados hasta los topes, almacenes llenos de
balas. En un mundo en el que el corcho blanco aún ni siquiera existía,
empaquetar con paja de arroz era una opción económica y técnicamente
conveniente, por no mencionar la cantidad de establos y corrales que se nutrían
de lo que entonces, de ninguna de las maneras, era considerado un desecho.
Y, no obstante, llevamos décadas tratando de recuperar la
viabilidad de los usos alternativos de la paja del arroz. Como sabe cualquiera
que haya tenido un cierto contacto con el mundo ambiental o agrícola en los
últimos años, en l'Albufera se han sucedido los intentos para encontrar
la piedra filosofal de la gestión del arrozal tras su siega. BioCompost, Sost-Rice o EcoRice son
los tres proyectos LIFE de la Unión Europea que lo han intentado con más ahínco
y, desde hace pocos meses, otro más, éste encaminado a convertir la paja en alimento
animal, se les acaba de sumar. Compostaje con lodos de depuradora, cubierta
vegetal post-incendio o para campos agrícolas con riesgo de erosión,
valorización energética o fabricación del ácido levulínico son sólo algunas de
las aplicaciones encontradas en estos proyectos y otros de ámbito estatal. A
ello se añaden las iniciativas de la sociedad civil y el ecologismo, con el
tremendo esfuerzo de Acció Ecologista-Agróy su banco de paja de
arroz -aunque no sólo-, y del ámbito empresarial, con pruebas piloto que
incluyen mobiliario urbano, fallas o bandejas para uso alimentario. Con esta
pléyade de soluciones técnicas y tantos usos posibles, sorprende que aún
estemos en el atolladero. Pero falta hacerse una pregunta fundamental: ¿quién
paga la recogida?
En el proyecto Eco-Rice, que se desarrolló de 2004 a 2007,
ya se señalaba el punto débil. Mientras que el coste de la recogida variaba
entre 6,75 y 8,5 euros por hanegada, la venta ascendía solamente a 5,8 euros en
la misma superficie. Es decir: recoger la paja del arroz tras la siega
tiene un coste neto de entre 0,95 y 2,7 euros por hanegada. Los decimales
seguramente habrán variado desde entonces, pero no el color rojo en que están
escritos.
Carece por tanto de sentido blandir la existencia de
alternativas técnicas como el único motivo para no quemar la paja del arroz.
¡El problema no radica ahí! Es algo que hace lustros ya teníamos claro los
estudiantes de Ciencias Ambientales, y con lo que probablemente la
consellera Elena Cebrián ya lidiaba a nivel profesional
mientras nosotros estudiábamos los apuntes.
En vez de una narrativa de enfrentamientos -que he podido
comprobar en reuniones de trabajo sobre la materia- es necesario que se
instaure un clima de confianza entre las partes afectadas. La pregunta
y el marco conceptual no debe ser quema sí o quema no. Los agricultores
deben entender que la quema debe desaparecer, y cuanto antes mejor, aún con las
consideraciones sobre plagas y plantas invasoras, que habrá que abordar de
forma separada. Los vecinos y quienes (con todo el derecho) anuncian litigios
debemos entender también que los agricultores no queman por sadismo o
indiferencia absoluta hacia nuestra salud, sino porque no tienen alternativas
viables a día de hoy, o no se les presentan de forma que así lo perciban. Si
las tuviesen, las usarían, aunque sólo fuese por ahorrarse todo este embrollo.
Y no olvidemos que l'Albufera es un parque natural en el que los cultivos ejercen
una importantísima función ambiental. No son sólo campos; son mucho más.
Como en tantas otras cuestiones ambientales, la solución
será fragmentaria y dinámica, porque habrá que ir modificándola año a año. Se
equivocan quienes buscan medidas drásticas que terminen de un plumazo con el
problema. Hay que aproximarse desde distintos niveles. El primero -y es una de
las grandes carencias de la conselleria de Agricultura y Medio Ambiente- es
ofrecer información actualizada, detallada y contrastada a la ciudadanía. Sin
conocer exactamente a qué nos enfrentamos -y las discusiones en este punto son
tremendas, desde el grado de problemas ocasionados por las plagas a los niveles
de contaminación registrados- será imposible actuar con garantías. Tras esto,
profundizar en la zonificación del arrozal según las áreas en las que sea más o
menos viable recoger la paja y, en aquellas en las que las dificultades para
hacerlo parezcan insalvables, establecer un protocolo de actuaciones previas
encaminadas a evitar la quema. Y, si ni así se puede impedir, elaborar un estricto
calendario secuencial mediante el que se minimice el impacto en las
poblaciones circundantes. Y en aquellas parcelas donde se recoja la paja (que
deben aspirar a ser mayoría), dar una salida múltiple a algo que no deberíamos
contemplar como residuo, sino como recurso. Y para ello es posible que debamos
plantearnos esquemas de pago por servicios ambientales a escala regional, que
nos permitan ser más restrictivos con el cultivo del arroz de lo que lo son las
ayudas europeas o la normativa actual -para asegurarnos de que cumplen su papel
dentro del ecosistema-, y a la vez nos hagan sentir conscientes del auténtico
valor que supone tener un parque natural a pocos kilómetros de una gran ciudad.
No se sabe cuánto, ni cuándo, pero este año se quemará paja
de arroz. Y el que viene. Y el otro. La pregunta que debemos hacernos no es
cuándo vencerá nuestra postura sobre la contraria, sino qué estamos haciendo (y
si hacemos lo suficiente) para que el año que viene el problema disminuya y no
se siga pudriendo, como la paja del arroz en un campo encharcado.
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